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Lisboa


Lisboa...
Tus rincones, acogen el pasear de los viajeros,
grabando en ellos huella permanente.
Vibras al compás de un fado,
acariciando el alma de quien te escucha.
El perfil de tus fronteras brillan como diamantes,
regalando arte en cada destello.
Tu colina, susurra historias desde el castillo
entre las callejas del barrio viejo
hasta llegar al puerto, donde despliegan sus alas
exportando al mundo tu leyenda.
Lisboa... eres una auténtica joya.

Lisboa... eres un auténtico cuento.

@José María Alfaro Roca
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La prosperidad de Lisboa llegó, como casi todo en su historia, del mar.

Los barcos que se dirigían hacia el Norte procedentes del Mediterráneo, comenzaron a hacer escala aquí a poco de su fundación, en el 1200 a.C. La historia nos dice que su origen es fenicio, aunque la leyenda es más romántica y atribuye a Ulises el descubrimiento del lugar.

Su importancia y su interés estratégico la convirtieron en un enclave codiciado que fue pasando por las principales culturas de cada época. Griegos, cartagineses y romanos se sucedieron en su soberanía hasta que la conquista de la Península Ibérica por parte de los árabes prolongó su dominio durante cuatro siglos.

El esplendor de la ciudad continuó después de su cristianización en 1147, hasta el punto de que en 1255 sustituyó a Coimbra como capital del Reino de Portugal. La época de los descubrimientos, y la posterior decadencia de Génova y Venecia, convirtieron este reino, y por lógica a su capital, en uno de los lugares más importantes del mundo.




Entre 1580 y 1640 Portugal estuvo unido al Reino de España, del que había dependido durante mucho tiempo antes por su estrecha relación con Sevilla y la escasez de oro en el imperio africano de Portugal.

Las riquezas procedentes de Brasil permitieron un comienzo floreciente de su nueva soberanía, pero en 1755 la ciudad quedó arrasada por un gran terremoto seguido de un incendio.

El marqués de Pombal aprovechó la circunstancia para reconstruir la ciudad baja con un esquema más regular. Aún le esperaba verse sometida a la autoridad francesa después de su conquista de la Península en 1755, aunque al año siguiente lord Wellington venció a los franceses liberando Lisboa.

Fue durante el desarrollo de los siglos XIX y XX cuando la ciudad avanzó hacia las colinas del N y E, aportándole el sobrenombre de "Ciudad de las siete colinas": Castelo, Graça, Monte, Penha de França, San Pedro de Alcântara, Santa Catarina y Estrela




La mitad de los habitantes de Lisboa no vive en la ciudad, sino en las llamadas ciudades dormitorio que se sitúan al otro lado del río Tajo.

Un millón de personas cruza el río cada mañana en los transbordadores o conduciendo por los puentes Vasco de Gama y 25 de Abril, para ir a trabajar a la ciudad.

Después de la jornada, regresan a sus casas sin participar en la otra vida de Lisboa, la vida cultural y social que no puede unir en el sentimiento común de ser lisboetas más que a la otra mitad. Así, quedan cada vez menos Lísbias, como se llama a los lisboetas de pura cepa que hablan el lísbia, o argot de origen gitano.

Un peculiar sentido del humor, bastante críptico, unido a una ambigüedad en la expresión de los sentimientos, son las características más señaladas de un Lísbia.
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Se mostrará amable con aquel que aborrece, pero exteriorizará una agresividad fingida hacia quien aprecia, utilizando términos suaves y diminutivos.

El fado es otro de los identificadores culturales de la ciudad. Así se llama al cante típico del lugar, del que se dice que es difícil ya encontrarlo en su expresión auténtica. El que puede oírse ahora, dicen, es un mero entretenimiento para el turista


La reconstrucción del Chado, barrio típico de Lisboa que fue arrasado por un incendio hace unos años, es una de las victorias del sentimiento común lisboeta.

Lugar legendario y querido donde los haya, su destrucción unió por primera y única vez a todos los habitantes de la ciudad en la preocupación común de que no sufriera la especulación urbanística. Y parecen haberlo conseguido.

Pero lo que ya no podrá reconstruirse es la forma de vida que Lisboa disfrutó en otro tiempo. Las tertulias literarias y políticas, el arte, el romanticismo de los antiguos cafés, la nostalgia de los ambientes cálidos. Cincuenta años bajo el régimen dictatorial de Salazar llenaron la ciudad de una arquitectura mediocre y provinciana, en el más absoluto caos urbanístico, restando los recursos necesarios para la conservación de los edificios y los ambientes carismáticos del pasado

La ciudad cuenta con más de cien iglesias, noventa palacios, casi sesenta fuentes y 67 jardines públicos.




Esto puede dar una idea de la cantidad de atractivos turísticos que encierra, y que difícilmente podremos visitar en su totalidad.

Entre los cincuenta museos que la vida cultural de la ciudad ofrece a sus visitantes, podrían destacarse el Museo del Chiado, que conserva una importante colección de arte portugués contemporáneo, el Museo Nacional de Arte Antiguo, el Museo de la Ciudad que hace un completo repaso a su historia, o el Museo Nacional de Historia Natural. Rossio es el centro de Lisboa, su centro histórico y cultural.


La avenida de la Liberdade es su arteria principal y por ende la de toda la ciudad. A ella confluyen las infinitas callejuelas desorganizadas que ocupan casi todo el resto de Lisboa.

La Plaza de Comercio suele llamarse el vestíbulo de Lisboa por su importancia como centro urbanístico de la ciudad. Tres de sus lados están ocupados por edificios porticados del siglo XVIII en los que se albergan las dependencias gubernamentales, y en el cuarto lado un monumental Arco Triunfal que fue erigido, a lo largo de ochenta años, después del terremoto de 1755.

Se conserva parte de la catedral románica que fue erigida en el siglo XII, a poco de la reconquista cristiana de la ciudad. El castillo de San Jorge, reconstruido en 1940, el monasterio de los Jerónimos de Belém, fechado en el siglo XVI, y la iglesia de la Madre de Deus son algunos de los monumentos más destacados de la ciudad. La hermosa Torre de Belém, obra maestra de la arquitectura manuelina, fue construida en el siglo XVI por Francisco de Arruda.

Guarda la entrada en la ensenada del Tajo formando una pequeña península que con marea alta queda aislada de la costa.


Se la considera quizá la torre de defensa más decorada del mundo, y puede considerarse un buen ejemplo de la tendencia natural portuguesa a la exageración. La torre es, en cualquier caso, uno de los símbolos más conocidos de Lisboa, una ciudad que vivió épocas mejores pero que aún conserva mucho de su antiguo esplendor y aún más secretos por descubrir en sus calles.
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Nosotros hemos estado en Lisboa, varias veces, aunque siempre ha sido de paso. De todas formas nos dió tiempo a respirar sus callejas... montar en su tranvía... transpasar su enorme puente... pasear por su puerto... tomarnos un café en sus terrazas viendo el azul del océano y sintiendo que es una ciudad emblemática y especial... pensamos volver a pulsar su corazón y conocer todos sus rincones con la paciencia del paseante y el deseo de hacernos su amigo.
Cerca de Lisboa, en Setubal hemos estado un par de veces, durmiendo en "el molino de Setubal" y esa ciudad merece otra entrada en este blog, para que conozcais otro rincón de Portugal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelsa tierra del Desasosiego:

... "Lisboa era la patria de su alma, la única patria posible de quienes nacen extranjeros"...

... "Toda Lisboa, me dijo, hasta las estaciones, es un dédalo de escalinatas que nunca acaban de llegar a los lugares más altos, siempre queda sobre quien asciende una cúpula o una torre o una hilera de cass amarillas que son inaccesibles"...

(Ibd. "Invierno en Lisboa". Antonio Muñoz Molina)


Saludos;

Aquileana.-

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