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Ronda


“No queda el oro ni el moro,
pero campea en la cal
el renaciente decoro
del portal.
Mudéjares penitentes,
en el laberinto oscuro,
compran aires suficientes
para la sombra del muro.
Y manteniendo el empaque
de la mansa soledad,
aun con sus torres da jaque
la ciudad.
Valles, montañas, poblados
le rinden toda ufanía,
aunque enreje, silenciados,
bastiones que ayer servía.
¡ Oh, perfume de arrayanes
en clausura de cristianos ¡
ronda de los capitanes
castellanos”.


“La Ciudad” tiene, sin duda, un encanto “mágico”, ya que parece que en ella se hubiera detenido el tiempo; es, quizás, la “Ronda eterna”. Esta villa es la ciudad natal de los abuelos Pepe y Maruja, padres de Auxi... y nos han contado mil y una historia de este rincón tan pintoresco y preciado para nuestros recuerdos. La hemos visitado muchas, muchas veces y si te apetece puedes venir con nosotros a dar otro paseo y conocerla un poco más... Seguro os gustará. Adelante. ...



Ronda se presenta a sí misma como la ciudad soñada, convirtiendo en emblema propio las palabras dedicadas por el poeta Rainer María Rilke. Está emplazada en una meseta miocénica de más de 700 m. de altura sobre el nivel del mar, separada de la costa por un relieve accidentado sometido a un clima severo.

Rodeada por un círculo de sierras jurásicas, embutida en un conjunto de Parques Naturales y espacios protegidos. Cartajima al sur; Sierra de las Nieves al este, con la máxima altitud de Torrecilla, de 1919 m., con Castillejos y Líbar al oeste y un conjunto de lomas que se extienden hacia el norte. El río Guadalevín, el Wadi L-Laban de los árabes, río de la leche, afluente por la izquierda del Guadiaro, parte en dos la villa en dirección sureste-noroeste, trazando la profunda garganta del Tajo, una caída de más de 90 m. de profundidad.

Un accidente que presta a la ciudad una de sus marcas de identidad.


Tradicionalmente, se ha identificado la Arunda mencionada por Plinio cerca de la vecina Acinipo como la Ronda actual. En realidad, el lugar no llegaría a ser, en época romana, más que un pequeño asentamiento. Es en época islámica cuando comienza a adquirir importancia, como cabeza de una circunscripción provincial, la cora de Takurunna, y su primer poblamiento en este período fue de origen beréber.

Las fuentes mencionan algunas familias beréberes de la comarca de Takurunna, como los Banu Jali, que proporcionan 400 jinetes a Abd al-Rahman I al poco de llegar a la Península, y otros que se integraron en el estado omeya desde el primer momento.

De esta región son los antepasados del célebre Umar ibn Hafsún, el muladí de Bobastro que se alzó contra el poder central de Córdoba, guerreando contra dos emires y el primer califa hispano, Abderramán III.

Hacia el siglo X, Ronda es ya una plaza «muy fuerte e muy antigua», según las crónicas. Sin embargo, las dudas son muchas al tratar de situar lo que hoy conocemos como Ronda. Según un autor del siglo XIII, en la región rondeña había tres núcleos de población: una ciudad llamada Takurunna, la fortaleza de Ronda (Runda) y el castillo de Onda (Unda).


La disolución del Califato de Córdoba y el consiguiente sistema de pequeños reinos independientes, taifas, que guerrean entre sí, provocará que Ronda caiga en manos de los sevillanos del rey al-Mutadid, conquista que producirá un buen número de poemas realzando su condición de plaza inexpugnable.

Posteriormente pasaría a formar parte de los imperios almorávide y almohade. Es con los segundos cuando Ronda comienza a adoptar auténticas trazas de ciudad, con una fisonomía que se parece más a la de la posterior medina nazarí del siglo XIV que a la de un simple centro de refugio de centurias anteriores. En tiempos de los primeros nazaríes de Granada, Ronda será cedida a los meriníes a cambio de apoyo, hasta que las victorias castellanas alejan a esta dinastía magrebí de las tierras de al-Andalus.

En Ronda se instalará más tarde Muhammad V, para iniciar su lucha por recuperar el trono granadino. En el siglo XV, los rondeños sufren los ataques de las tropas cristianas, hasta que Fernando el Católico la conquista el 22 de mayo de 1485 con la ayuda de la novedad de aquellos tiempos en los asedios, el uso de la artillería. El momento está ilustrado en uno de los bajorrelieves de la sillería del coro de la Catedral de Toledo.


El condicionamiento geológico, que la convirtieron en inaccesible, hacen de Ronda una ciudad única en Europa, circunstancia que históricamente ha entorpecido su expansión urbanística, cercada por el Gaudalevín, el arroyo de las Culebras y el imponente precipicio al norte.

No tenía buena fama el lugar en el siglo XI, a juzgar por la descripción de un viajero anónimo:

«Es una ciudad que lleva la marca del salvajismo, pues la severidad más desabrida no la abandona nunca / Los que la han visitado alguna vez, después de abandonarla no han tenido intención de visitarla de nuevo / Su horizonte está siempre brumoso y su plaza llena los corazones de tristeza.»

Sin embargo, un siglo después, el príncipe Ismail Imad ab al-Ayyubi la vió así:

«Ronda tiene uno de los castillos más formidables y elevados, que lo coronan las nubes a modo de turbante y como si lo engalanaran con collares dobles de perlas variadas».

Es a partir del XIII cuando se amplía por las laderas oriental, occidental y meridional. Durante el siglo XIV, bajo el poder de los meriníes, el conjunto experimenta una serie de mejoras, enriqueciéndose con nuevas construcciones por orden del sultán Abú l-Hassan, donde su hijo Abd el Malik, conocido como Abomelic, se ha proclamado rey de Ronda, Algeciras y Gibraltar.

Durante su reinado, Madina Runda goza de una corte compuesta por filósofos, poetas e intelectuales destacados, y se convierte en un activo centro comercial, en cuyas tiendas y almacenes era posible encontrar las más sofisticadas mercaderías de Marruecos, Asia y España.

Fortalezas bien guardadas, altas torres, abundantes pozos y residencias se levantan para ser heredados posteriormente por los conquistadores castellanos, que transforman sus templos y amplían sus casas palaciegas.

En el siglo XVIII, el crecimiento del Arrabal del Mercadillo obligó a dos grandiosas obras para salvarlo, conservándose la segunda, el monumental Puente del Tajo de Ronda, que enlaza la parte antigua con la moderna. Se distinguen de esta forma los tres sectores que se reconocen hoy:

el Mercadillo, donde se advierte el impulso racionalista e ilustrado de Carlos III; la Ciudad, correspondiente a la medina árabe, la parte más noble, y el Barrio de San Francisco, de labradores y trabajadores del campo, al otro lado de las murallas de la antigua alcazaba.

Ronda vive el siglo XIX en su aislamiento serrano hasta que los viajeros extranjeros la descubren en pleno auge del movimiento romántico.

El bandolerismo y el contrabando, favorecidos desde siempre por su escarpada geografía, y alimentado por las circunstancias derivadas de la Guerra de Independencia contra los ejércitos franceses, se convertirá a través de la literatura de viajes en una marca cuasicomercial.

Merimée, Ford, Gautier, Davillier, los dibujos de Lewis, Roberts, Blanchard o Doré convierten a Andalucía en general, y a Ronda en particular, en una estampa, en la que se dan la mano el bandolero, la maja serrana y el torero valiente.

En el momento de iniciar un paseo por Ronda, es importante no olvidar que detrás de esta tarjeta postal típica se esconde una historia mucho más rica y compleja, que debe gran parte de su carácter a su pasado árabe, y al impulso de la modernidad que significó la Ilustración.

Ronda es un antiguo pueblo pintoresco, enclavado sobre un alto precipicio de rocas de 150 metros de altura. En la zona del Tajo es donde más actividad turística puede encontrarse y donde se pueden tomar las fotografías más dramáticas.


Hay varios pequeños cafés y restaurantes alrededor del área, que permite a los visitantes relajarse y disfrutar del paisaje. Merece la pena visitar los baños árabes del siglo XIII, que situados junto al río se han conservado en buen estado, incluido un gran tejado abovedado.
La parte más vieja del pueblo todavía lleva mucha de la influencia mora de su pasado. La situación aislada y las fortificaciones hacen fácil entender por qué Ronda era una de las últimas fortalezas musulmanas durante la Re-conquista cristiana que permanecía en las manos moras hasta 1485, cuando cayó finalmente ante las fuerzas cristianas.


De particular interés es el Palacio de Mondragón que se construyó en 1314 por el gobernante de Ronda, más tarde se volvió un lugar de retiro estival para la monarquía española. El palacio contiene un pequeño museo con información sobre la prehistoria, cultura mora, arquitectura y artes. El palacio también es un buen ejemplo de los patios y jardines del período, con las flores perfumadas y el sonido siempre presente del agua corriendo y la terraza proporcionando una vista magnífica por encima del precipicio.


La Iglesia de Santa María se construyó en el anterior sitio de la Mezquita y utiliza muchos de sus rasgos en su construcción. El alminar se convirtió en la torre de la campanilla y dos arcos, varios domos y el 'mihrab' todavía sobreviven del edificio original.

Dentro de las iglesia nos encontramos un altar alto y un establo del coro Barroco muy bien tallado.
Ronda es también famosa por ser el hogar de la plaza de toros más antigua de España, fechada en 1785.

En ella podemos encontrar un pequeño museo taurino, dedicado en su mayor parte a Francisco y Pedro Romero (padre e hijo). Francisco Romero inventó la muleta e inauguró una dinastía de lidiadores, el más célebre de los cuales fue Pedro Romero.


Situado frente al Tajo y al Puente Nuevo, nos encontramos el Parador. Este hotel de 4 estrellas proporciona un lugar magnífico para quedarse en Ronda. La fachada del Parador se construyó cuidadosamente a base de piedras para emparejarla arquitectónicamente a sus vecinos más antiguos. (En este Parador hemos estado nosotros en las ocasiones que hemos visitado Ronda, mostrándonosla el abuelo Pepe como buen conocedor y cicerone de su ciudad natal. Maruja también es de Ronda, por tanto Auxi tiene sangre de Ronda en sus venas y por tanto nuestra familia proviene de estos lares).


En el itinerario habitual de los viajeros románticos por Andalucía figuraban sus grandes ciudades históricas (Córdoba, Sevilla, Cádiz, Málaga, Granada,...) y, junto a ellas, Ronda. ¿ Qué atraía al viajero romántico a esta pequeña ciudad, tan difícilmente accesible en otros tiempos?

Ronda era para los viajeros románticos un lugar insólito, y desplazarse hasta ella constituía una experiencia aventurera que servía para descubrir algunos de los elementos “atávicos” de la cultura del Sur de Europa, que ya habían desaparecido en sus países de origen.

Por el camino se corría el riesgo de encontrarse con bandoleros y contrabandistas, que vivían salvajemente en el campo, al margen de la ley. En la ciudad se podía disfrutar, casi como en ninguna otra, de la épica más castiza del toreo. Su coso taurino, todo en piedra, es de los más antiguos, señeros y originales de España.


Un gran número de libros ha tratado estos clásicos temas “rondeños”; incluso, el turista que hoy llega a la ciudad puede visitar la espléndidamente conservada plaza de toros, antaño tan famosa, o el museo del bandolero, donde se recogen los recuerdos de su época floreciente.
Hoy día estas señas de identidad han quedado en el recuerdo o, al menos, atenuadas en la vida cotidiana de sus habitantes.

Sin embargo, Ronda sigue siendo una ciudad con una atracción “singular”, que hace que miles de turistas españoles y del resto del Mundo la visiten anualmente. ¿Cuáles son las claves de la permanencia de su potente imán para el viajero? En estas líneas intentaremos desentrañar algunas de ellas, quizás no todas.


En primer lugar, la ciudad de Ronda siempre ha llamado desde lejos la atención del viajero por su emplazamiento encumbrado e inaccesible.
Durante la dominación árabe, Ronda era una ciudad inexpugnable, merced a una bien desarrollada línea de murallas y torres defensivas, que la rodeaban por doquier. Los geógrafos y viajeros de la época la describían así:

“Egregia y encumbrada ciudad a la que las nubes sirven de turbante, y de talabarte sus torreones”.
“Ciudad inaccesible, pues sus almenas se avecindaban con los astros, mientras que a sus pies descendían los manantiales de impetuoso curso, cuyo estruendo semejaba tempestades y truenos que, a modo de serpientes ceñían los costados del castillo...”


Este elogio de la “Ronda del aire” y “encumbrada” se repite con posterioridad en muchos otros literatos y viajeros. Si bien, Ronda no será nunca la misma.

A la ciudad cerrada, amurallada y bien pertrechada de la época árabe le sucede una ciudad más abierta y hospitalaria, que se hará mercantil y burguesa en los siglos XVI y XVII; romántica y aventurera en los siglos XVIII y XIX; torera y rincón de exiliados o viajeros bohemios en la primera mitad del siglo XX, y, en los últimos años, destino turístico masivo de los visitantes de la Costa del Sol.

El escritor local Vicente Espinel será uno de los primeros en elogiar el aspecto encumbrado de la ciudad.

(el abuelo (J.J.Mier) Pepe citaba mucho a Vicente Espinel, porque en el teatro que llevaba su nombre, cerca de la plaza de toros de Ronda, el abuelo había participado en algunas obras de teatro. San Francisco de Asís y otras)

“Está edificada en un risco tan alto que yo doy fe que, haciendo sol en la ciudad, en la profundidad, que está dentro de ella misma, entre dos peñas tajada, estaba lloviendo en unos molinos y batanes de donde subían hombres mojados”
A él le seguirán las descripciones de numerosos viajeros románticos franceses y, sobre todo, ingleses, que aprovecharán su fácil acceso, tras dos jornadas de viaje, desde la colonia de Gibraltar.

Más parece un nido de águilas que una morada de seres humanos”.
“Ronda es una ciudad colgada del cielo sobre una montaña partida en dos por obra de los dioses”


A principios del siglo veinte el escritor alemán Reiner Maria Rilke pasará en Ronda varios meses de retiro espiritual, describiendo en su “epistolario” esta original posición de la ciudad:

“No hay cosa más inesperada en el mundo que esta ciudad española, montañosa y salvaje... usted debe imaginar un conjunto escarpado y tenaz soportando, por así decirlo, una ciudad muy blanca coronada de algunas iglesias rojizas de robusta fábrica”.

esta ciudad encaramada sobre altozanos inaccesibles y reflejando, como nubes, todo lo que pasa en el aire... no sé qué unidad de tierra y cielo, como en un artesonado, en que todo parece hecho de la misma materia más o menos clara, más o menos ahondada, tallada y trabajada en mil trozos diferentes y elegidos con el gusto más osado y más seguro que se pueda imaginar”
“Ronda es... como un gigante hecho de rocas que soporta sobre sus espaldas una pequeña ciudad, blanqueada y reblanqueada de cal, y que, con ella a cuestas, avanza un paso sobre la otra orilla de un delgado riachuelo, exactamente igual que San Cristóbal con el niño Jesús”.


El escritor costumbrista Ricardo León situará aquí el escenario de su novela “Alcalá de los Zegríes”, en la que figura esta panorámica de Ronda:

“(Ronda) descubre, alzando la frente desde el ancho valle, las adultas y encumbradas peñas, coronadas de torres y caseríos, y aquel gallardo puente que dibuja en el hueco de la sima el brioso arranque de sus arcos, y aquel brioso río que salta de roca en roca, y aquellos abismos bordeados de encinas y de robles, se adivina al punto en el semblante firme y aguileño de la ciudad, el alma de un pueblo brusco y fuerte, pagado de sus riscos y blasones.
A mediados del siglo veinte el emplazamiento de Ronda se convierte en “motivo poético” para varios autores:


“En el centro aprieta Ronda
su ciudadela exaltada
organizando el silencio
de una creación cerrada,
blanca espuma sobre tierra
violenta de murallas”.
“Tú, la más desgarrada y suspendida;
a la orilla del aire; tú, del viento;
tú que quebrantas moles con aliento...”


. “Ahí está, en su circo montañoso, como un castillo de cuento, alto, inexpugnable y hermoso... La ciudad se identifica con la montaña en muchos momentos, a pesar de la precisa geometría de sus torres”.


Tras la descripción preliminar de su emplazamiento y situación, observada desde lejos, entremos por su lado sur; pasemos la antigua puerta mora de Almocabar, y penetremos en la parte antigua de Ronda, a la que los rondeños llaman “La Ciudad” o “El Barrio”.


Conforme nos acercamos desde cualquier lugar, resalta el original emplazamiento de la ciudad primitiva, rodeada por los precipicios más inexpugnables en que se asienta el conjunto de la urbe. Dos autores han dejado volar la imaginación contemplando este sector de la ciudad desde afuera:


“aquel puñado de casas blancas, trepando por las espaldas de la alcazaba en ruinas y tomando el sol en la amarilla calavera del gigante muerto. Y había algunas tan osadas que, empinándose un poco sobre los cimientos, miraban, con los ojos de sus puertas y ventanas, a los hondísimos tajos del peñón, recreando al oído la música del agua que en el abismo caía. Otras cabalgaban sobre las vértebras de la roca, semejantes a pajaritas de papel, y no faltaban otras, todavía más temerarias, colgadas materialmente como niños, y sostenidas en el aire por un milagro de Dios...”


“Enmarca su especial atractivo su inverosímil emplazamiento... Al abismo que por doquier la ciñe y estrecha, se asoman sus casas. Contempladas desde el Tajo parecen colgadas en el vacío en inquietante verticalidad. “Ronda del Aire”.


Sobre las adustas peñas y agrestes riscos, siente la llamada de la profunda sima y tiende sus alas en vuelo eternizado en la piedra entre graznidos de grajos, zureos de palomas montaraces y la milenaria porfía del río que se debate entre el roquedal del fondo o se precipita en cascadas”



Adentrémonos, pues, en uno de los cascos históricos mejor conservados de Andalucía y España. Su tejido urbano ha variado poco en lo esencial desde tiempos moros a nuestros días. Alrededor de un millar de casas, y decenas de palacios, conventos, capillas e iglesias, se disponen aquí y allá sobre una trama urbana tan irregular e intrincada, que semeja las venas del cuerpo humano.



No es, sin embargo, un casco histórico eminentemente monumental. En él, junto a las grandes edificaciones palaciegas y religiosas, encontramos multitud de casas de traza árabe, que llaman poderosamente la atención por su uniformidad. Son todas ellas viviendas de bajo tamaño, de entre una y tres plantas. Ningún cataclismo especulativo ha alterado en los dos últimos siglos su aparente homogeneidad. Se encuentra a salvo de esas intrusiones de edificaciones altas que rompen su perspectiva, tan frecuentes en otras ciudades andaluzas y españolas.



Y no es sólo su apariencia externa; muchas viviendas conservan la organización primitiva o árabe de sus espacios internos, cuya finalidad principal era preservar la intimidad de sus habitantes. Las puertas de entrada se abren en recodo a un zaguán o vestíbulo, que evita las miradas desde el exterior. La vida se ordena en torno a los patios y jardines interiores, donde son habituales las fuentes, y en los que sus moradores disfrutan privadamente del aire y la iluminación exterior. Por ello, las viviendas tienen escasos vanos a la calle (además de la puerta de entrada, algún ventanal alto en su larga y amplia fachada); el resto de las fachadas pertenecen al reino de la blancura que da el encalado.



Las fachadas encaladas proporcionan un amable resplandor a sus calles, callejas y plazas, le otorgan una luz especial, tal como supieron ver acertadamente el poeta Luis Cernuda y el viajero Luis Bello:


“... la luz romántica de Cádiz... su encanto es el mismo de Ronda... Es una luz que no fulge desde arriba, sino que hiere de soslayo, tal un adiós sin fuerza ya... Vibra en Ronda el mismo aire pretérito que se halla en Cádiz”
“Por los cuatro lados se asoma a ella la historia en sus posturas más apacibles y graciosas. Ningún monumento tiene cara severa ni amenaza aplastarnos con su desmedida pesadumbre; al contrario, todos procuran alinearse bajo la maravillosa luz de Ronda con sonriente amabilidad”


¿ Cómo ha sido posible la supervivencia, con tan pocos cambios, de la ciudad árabe?


Tras la conquista de Ronda por las tropas cristianas se produjeron algunos pequeños cambios que no alteraron en lo esencial la fisonomía de “La Ciudad”. Se eliminaron algunos adarves o calles ciegas, y los voladizos que hacían excesivamente lóbregas algunas calles y perjudicaban su salubridad. Se abrieron nuevos vanos en algunas fachadas. El único cambio significativo dignificó aún más la escena urbana:


Los nuevos pobladores castellanos dotaron a “La Ciudad” de un aire “señorial”. Dejó de estar habitadas por todos los grupos sociales; las casas y palacios principales se repartieron entre los “capitanes castellanos” que participaron en la conquista, que se convierten también en los propietarios de las principales tierras de los contornos. Estos, como símbolo de ostentación y poder, dotan a las puertas de entrada a sus viviendas de portadas cada vez más ricas y monumentales, donde se alude a los “blasones” de la clase noble que las habita. Portadas de estilo renacentista, plateresco, barroco o mudéjar, que se integran armónicamente en el paisaje urbano.


A diferencia de otros cascos históricos andaluces y españoles, durante los siglos XIX y XX “La Ciudad” permanece casi inalterable.
Este fenómeno se explica, sobre todo, porque la “Ciudad” no tenía espacios propios en donde seguir creciendo; los principales crecimientos urbanos de Ronda se fueron produciendo en los sectores noroeste y este, una vez que se abrió el “Puente Nuevo” a finales del siglo XVIII al otro lado del “Tajo”. Así pues, el Monumento más alabado de Ronda, su “Puente Nuevo”, es, en gran medida, el “mejor aliado” para que su núcleo primitivo se haya conservado intacto hasta nuestros días.


Al otro lado del “Puente Nuevo” se alza el barrio del “Mercadillo”, con una trama urbana en damero, más racionalista de acuerdo con los principios de la “Ilustración” de los siglos XVIII y XIX. En él se asentarán la burguesía comercial y los grupos más populares, mientras que la “Ciudad” quedará para la Aristocracia.



Su historia reciente alternará luces y sombras. Por un lado, se irá despoblando y algunos de sus edificios se abandonarán y quedarán en ruinas. Sin embargo, también mejorara su calidad de vida. Las calles se dotarán de empedrado, alcantarillado y alumbrado público (sus clásicas farolas forjadas en hierro).


El Consistorio cuidará de que se emprendan obras de rehabilitación de numerosas viviendas y edificios, que no desentonen con la imagen heredada. Algunas casas se reformarán con nuevos estilos de marcado carácter historicista o se pintarán con colores claros diferentes según las plantas. Y así llegaremos a nuestros días, en que el Ayuntamiento sigue apostando por mantener la vida social de esta parte de Ronda, instalando nuevos usos acordes con su ambiente cuidado y noble (el propio Ayuntamiento, museos, centros de enseñanza...)



Si la Edad Moderna incorporó los escudos y blasones a la estética de la “Ciudad”, en los dos siglos siguientes adquieren gran profusión los enrejados de hierro en los nuevos miradores, balcones y ventanas de que se dotan las casas; para ello se aprovecha la tradición secular de Ronda en la artesanía del forjado en hierro.


La decoración de estas rejerías es, en general, de gran austeridad y delicadeza, con motivos clásicos en su mayor parte (volutas, roleos, etc.).


El filósofo Eugenio Dors y nuevamente el poeta Luis Cernuda alabaron estas rejas, cuando visitaron Ronda allá por los años treinta:


“Las casitas de estas calles de Ronda, con sus cierres en la planta baja, parece que crían barrigas. Otras tienen los cierres altos e inclinan la frente. De uno a otro lado de la calle diríase que se quieren acercar, para comunicarse una confidencia maliciosa, sobre el “Extasiado ante la extraña reja de un balcón; toda cerrada y sin embargo abierta, porque no tiene cristales; de techo curvo, con una corona en el remate, como un historiado lecho principesco. Más que balcón parecía un tocador galante; pero donde las curvas pudieran sugerir ideas muelles, la materia, el hierro desnudo, hablaba de algo muy distinto. Era la imagen misma de Andalucía, lánguida y fuerte como un árabe voluptuoso”.


“(La Ciudad) recogida, íntima, hay en todas las casas, en las puertas, en los techos, en los rincones, cierto aire de vetustez, de inmovilidad. Hondos zaguanes que se abren sobre patios andaluces, rejas y balconadas labradas primorosamente en hierro forjado, casones enormes con aire de deshabitadas, portalones destartalados, calles solitarias que nadie cruza... Nostálgica, melancólica y silente, la invade una desolada tristeza. Todo está en profundo reposo. El tiempo parece haberse remansado en un sosiego secular”
Para algunos viajeros de principios del siglo veinte, “El Barrio” los devolvía a la “Ronda musulmana”, tan similar a las ciudades del norte de Africa:
“sus estrechas, tortuosas y empinadas callejuelas, sus casas de fachadas casi lisas, interrumpidas por muy pocas ventanas y, sobre todo, su carencia de alumbrado público que, sumiéndolas en vagas tinieblas, le da un parecido exacto con los actuales pueblos marroquíes”.

La abundancia de casas nobles, palacios, iglesias, capillas y conventos de la “Ciudad” ha sido también interpretada como señal indiscutible de la síntesis estética y espiritual de españolidad y andalucismo que significa la arquitectura de Ronda:


“Se internó por las callejuelas altas de la Ciudad... había perdido el albedrío, el color, el carácter de Ronda, podía más que su propósito de ver las cosas como son. .. respiraba arte en cualquiera de sus piedras y aún en su más humilde paredón encalado ¿ Cómo apreciar con arreglo a la norma europea, por consiguiente extraña, la cultura honda e indefinida de esta ciudad original?
“Cada casa es una evocación, cada ventana una muestra de gracia arquitectónica, cada patio un breve paraíso de estirpe oriental, pero todo tan “españolizado” que pocas ciudades hay tan andaluzas como ésta”.


Una de las cosas que permite ser español es la posibilidad de estar un día en un palacio... Y Ronda es una ciudad llena de palacios... La mole de un palacio con barbacana, la grandeza del sol oculto tras la pared, el remontar la mirada desde las nubes hasta los siglos de oro, inaccesibles, el bajarla hasta el abismo... ser español...”


En definitiva, la Ciudad alberga un ambiente misterioso y romántico que aparecer, incluso, en la novela por antonomasia del siglo veinte, el Ulíses de Joyce:


“y Ronda, con las viejas ventanas de las posadas, los ojos que espían ocultos detrás de las celosías para que su amante bese los barrotes de hierro, y las tabernas de puertas entornadas en la noche... y las gloriosas puesta del sol, y las higueras en los jardines de la Alameda; si, y todas las extrañas callejuelas y las casas rosadas y azules, y amarillas...”


Pasemos al tercer elemento que da personalidad a Ronda. Abandonamos momentáneamente “La Ciudad” como se haría antiguamente, por su vertiente menos abrupta. En ella encontramos escalonados, de menor a mayor altura, los tres puentes (el romano, el árabe y el cristiano) que se han construido a través de la historia, para subir al empinado sector de “La Ciudad” por su vertiente más fácil.


Muchas ciudades del mundo pueden presumir de vistosos y elegantes puentes para cruzar los grandes ríos que separan sus barrios (Roma, París, Sevilla,...), pero en muy pocas se dan una conjunción de factores (río humilde pero con notables crecidas, que discurre por un desfiladero hondo y abrupto, fuertes pendientes entre el extrarradio y la ciudad primitiva...) que, como en el caso de Ronda, hagan tan difíciles estas obras de ingeniería.



Sin embargo, en Ronda se han elevado tres puentes que han resuelto el reto que planteaba la naturaleza difícil del terreno eficazmente y, a la vez, con gran armonía y belleza.



Los dos primeros puentes (los denominados romano y árabe) se diseñaron para entrar en “La Ciudad”, atravesando el “Tajo” por su lado menos elevado y quebrado. Sin embargo, al verse afectados estos puentes por las crecidas del río y ser poco transitables para los carruajes - debido a sus fuertes pendientes -, no constituyeron soluciones definitivas, aunque hoy día siguen siendo usados para el paseo a pie.



Las necesidades de expansión de la ciudad de Ronda llevaron a plantearse en el periodo de la Ilustración (siglo XVIII) un “Puente Nuevo”, justo por donde “El Tajo” alcanza su mayor pendiente y altitud. De esta manera la parte antigua de Ronda ha podido comunicarse con el exterior a través de una vía de menor pendiente y, además, el tejido urbano se ha expandido rápidamente más allá del solar ocupado por la antigua “Medina árabe”. Durante más de medio siglo se realizaron dos intentos de puente. Sólo el último de ellos prosperó, tras diversas reformas, y se consolidó como tal hasta nuestros días.

Los puentes de Ronda forman una original perspectiva al escalonarse desde el más antiguo y pequeño (situado a menor altura) hasta el más moderno y monumental (en la zona más alta), salvando con distintas formas y técnicas constructivas el obstáculo del desfiladero del río Guadalevín. Además, el uso de materiales de la tierra (piedra, tierra cocida y sillerías) le da texturas y colores diferentes a cada uno, que se integran armónicamente con el caserío primitivo y con la naturaleza agreste y bravía del “Tajo” por donde discurre el río:



“El puente de los romanos
es concorvado y pequeño,
de piedra que va a ceniza
por las riberas del tiempo...
El de los moros es alto
hacia la puerta, esqueleto
de tierra cocida, viva
por la constancia del riego,
igual que los labradores
que se cuecen repitiendo
la arruga por donde mojan
lo que amaron y perdieron.
El puente cristiano allana
lo almenado en lo somero
y es grande en sus arquerías
de sillar rubio y con peso
para que el dominio goce,
junto al penúltimo cielo,
la vista del campo unido
con el puro pensamiento”


Recorridos los dos primeros puentes, o si se quiere más directamente, dejando atrás la parte antigua de Ronda, cualquier visitante que acude por primera vez a este lugar acaba parándose en seco y exclamando un grito de sorpresa cuando se encuentra encima de su monumento más famoso: el “Puente Nuevo” sobre el “Tajo.


Dos cualidades tienen aquí el “Tajo” y el “Puente Nuevo”, que hacen que haya un espectáculo inagotable para la mirada: sus numerosas y renovadas perspectivas o puntos de vista; y su enorme capacidad de sugerir, de hacer que la imaginación humana idee múltiples comparaciones y símiles sobre su formación y su fisonomía.


¿ Cuál es su origen? La perfección de su hendidura se ha atribuido a todo tipo de causas y agentes. Los viajeros opinan y no se ponen de acuerdo; que si parece obra humana, de un héroe mitológico, o de la providencia:


“un corte tan recto, que podría estar hecho por el hombre”, “parece partido por la cimitarra de un héroe como Roldán” “un tajo hendido sólo para tan pequeño río, ofrece un paso no menos extraordinario que el que ofreció el mar rojo al pueblo judío”


Otros visitantes han optado por compararlo con “tajos similares” de otras regiones españolas o países europeos:


“El dicho cañón compite por momento con las hoces del Júcar y del Huécar”, “ Ronda es como Cuenca” “ Ronda es la Tívoli de Andalucía”


Los transeúntes más positivistas lo atribuyen a erupciones volcánicas, terremotos y, en este caso aciertan, a la paciente labor de las aguas sobre la dura roca.


“es la paciente obra del arroyo, o bien de la rápida convulsión terrestre”


El “Tajo” tiene en la ciudad de Ronda diferentes perspectivas “desde arriba” y “desde abajo”. Incluso, desde arriba lo podemos observar debajo del Puente Nuevo, o a sus lados, en las balconadas creadas en los paseos y en la alameda que ciñen este precipicio por el oeste.
Desde justo encima del “Tajo” todo se percibe distinto, como si nos hubiéramos alejado del ambiente urbano:


“Llega el viento y adelgaza en la sima su grito mensajero mientras en las alturas almenas con silencio de cal brillante escuchan –nacer, morir- el eco”
“todo parece más hondo y lento. El ruido del agua remota, el eco de alguna voz, ese rumorcillo del aire en los oídos, se tornan inverosímiles, y se diría que la realidad adquiere matices de fantasía”


¿ Qué sensaciones nos absorben?. Ante todo, una grata sensación de “vértigo asegurado”, tal vez, una emoción aventurera y romántica.


“Quién se detenga aquí, por fuerza ha de sentir el artificio de la máquina que lo sostiene, y ese amago de pavor o de vértigo lleva ya en sí una emoción de naturaleza romántica. En general, el “abismo” es romántico... El abismo, por sí sólo, es geología. El salto de agua, con su fábrica al pie, ya es industria. Pero con un castillo en ruinas o una ciudad dormida... nos deja caer en el más ingenuo siglo XIX... Por eso, el puente del Tajo está traspasado de romanticismo.”


“Necesitaba Ronda algo que afilase, modernizándole, su gastado perfil romántico. Y eso lo consiguieron con este balcón maravilloso, que la baña en el nuevo romanticismo fascinante de un peligroso raid aéreo... “


¿ En qué se deleita nuestra vista?
Si miramos hacia el aire, en el panorama de las aves volando alrededor de las paredes del acantilado. A este respecto hay que mencionar el tétrico espectáculo que resultaría la antigua costumbre de verter por el “Tajo” los cadáveres de los caballos muertos durante las corridas de toros, para festín de las águilas de la Serranía. En nuestros días, sólo concurren aves más modestas y pequeñas:


“Veo las grajas sobrevolar la profundidad... la chova piquigualda sobre los tajos, de pico amarillo y menuda, la grajilla, más corpulenta, de pómulos grisáceos y pico negro, y la urraca. Muy alto planea otra ave majestuosa...”


Hacia los lados del “Tajo”, dominan nuestra atención las originales y extrañas formas del acantilado:


“¿ Quién descargó el formidable golpe en las entrañas del mioceno? Abiertas las vísceras terráqueas en gigantesca autopsia, nos sentiremos visitantes de un inmenso quirófano en cuya mesa se encuentra a 320 metros bajo nosotros la madre tierra”


Si dirigimos la vista hacia el fondo acuden a nosotros sensaciones tranquilas y relajantes, opuestas a las del cataclismo geológico de las alturas: provienen del suave fluir del agua entre los molinos, las acequias y los campos cercanos, - que de tan chicos parecen como de juguete -, de seguir al río alejándose por su fértil vega, y del soberbio anfiteatro de montañas que cierra el panorama:


“El pequeño río se lanza hacia el valle en una sucesión de extraños saltos. A los lados una serie de sinuosos caminos bajan hasta varios molinos de agua, diminutos pero muy ocupados. Cada uno parece hecho para una viñeta – anidados bajo las rocas, cubiertos de helechos salvajes, y salpicados por una ducha de diamantinas gotas de la mejor agua”.
“A la luz del sol, las casitas blancas y los olivares de la vega parecían juguetes arrojados al azar por el terciopelo verde”


Desde abajo, el “Tajo” parece distinto. Lo que hasta ahora ha sido mirar desde una estrella o una nube se vuelve contemplación desde una sima abierta y expansiva, según “La vista desde abajo es grandiosa... La enorme roca coronada por pardas murallas, torres ruinosas y casitas blancas, achicadas por la distancia y el contraste hasta parecer juguetes de niño, - la cascada reluciendo brillante en comparación con la oscura cañada de donde mana, y por encima de todo, el puente rivalizando en esplendor con la naturaleza


“Mirando hacia arriba... el puente aparece como suspendido entre las nubes. El arco que enlaza ambos lados del Tajo cuelga a unos seiscientos pies de altura, como aquél del Corán entre el cielo y el infierno profundo. Al río, negro como el Estigio, se le siente luchar, pero no se le ve entre las frías sombras de su prisión de roca...”


La contemplación de la naturaleza circundante desde el “Tajo”, la “Alameda” o a través de los “Paseos” de cornisa que llegan hasta el “Hotel Reina Victoria”, hacen que la estancia en Ronda sea especialmente emotiva en otoño e invierno.


Entonces se produce un misterioso juego de las nubes con la tierra callada y los montes. El pintor francés Gustavo Doré, en su visita a Ronda con Charles Davillier, se inspiró en este escenario para pintar el “Infierno” del libro de Dante:


“Amenazaba borrasca... El Tajo admitía la práctica de todos los vientos del Cielo. Esa noche, los vientos y yo fuimos los únicos acompañantes. La luz de una luna menguante cayó sobre los pináculos rocosos de las colinas de enfrente, mostrándolas como restos de una ciudad encantada, en medio se extendía el valle – un abismo de intensa oscuridad. Nunca la naturaleza me ofreció una vista que se pareciese tanto a una pintura de Martin. Las nubes pasaban borrando la luna del cielo, las montañas de la tierra, y los castillos del aire.”


“Las nubes, frecuentes en esta estación, contribuyen a aumentar todavía la grandeza de la montaña: se diría que la hacen pensar. A veces un nubarrón adormecido se olvida en el regazo de los montes como un nido de ángeles, los cuales, espantados de encontrarse tan bajo, se escapan con el alba”


“Me asomo al mundo por el aire frío,
diafanizado en un cristal de hielo.
al mundo vasto, confinado y solo
donde la soledad se me derrama
en forma de pintura.
Alamedas y huertos diminutos
lamidos por la orla
del río calmo; casas esparcidas
con cipreses, atadas con senderos
como un belén soñado....”


“ A primeras horas de la tarde se desencadena la tormenta... quedó atónito ante la grandeza natural del espectáculo: las cinco cimas de Grazalema y las Sierras de Libar, Ronda, Estepona y Tolox, a truenos y relámpagos, interpretan su papel por el anfiteatro”


Otro momento especial es la contemplación desde la atalaya de Ronda de la naturaleza aparentemente dormida del Valle durante las noches:


“De noche, parecía encontrarme suspendido en el espacio sobre el mundo, bajo miradas de estrellas... no experimentaba la sensación de vértigo... me diluía en la inmensidad”


Languidecen las cosas,
los montes van al cielo,
la serranía es toda,
niebla, congoja y miedo””
“En la vasta noche
de luna despierta
bruñe y palpa un aire
de metal la tierra.
El cielo está claro,
alto y sin estrellas;
La forma en los montes
es sólo de piedra
potente: en la sombra
Las faldas inciertas,
frescas como en armas
las desnudas crestas.
Por un hilo de agua
el valle aletea,
los olivos sólo
su sombra apacientan,
la labrada arcilla
resplandece yerta.
El espacio es todo
un espejo y sueña...”



A modo de conclusión:


Una de las claves para entender el paisaje de Ronda es la relación armónica y casi perfecta que han mantenido su ciudad histórica y la naturaleza que la rodea, conservándose ambas casi intactas a los avatares del progreso.


A diferencia de tantos cascos históricos de otras ciudades andaluzas y españolas, la parte más antigua de Ronda y los campos de su entorno no han quedado encerrados y absorbidos por los modernos crecimientos urbanos. Los nuevos bloques de pisos, las segundas residencias y los polígonos industriales, que tanto afean las perspectivas de otras poblaciones, ocupan un discreto lugar en una esquina de la periferia urbana, ocultos a las principales líneas visuales que se contemplan desde el Tajo y la “Ciudad”.


Es más, desde el Tajo y los paseos de cornisa que llevan hasta el Hotel Reina Victoria, se despliegan ante nuestra vista los campos y montes del vasto anfiteatro en que está situada Ronda, sin la contaminación de artefactos e infraestructuras urbanas tan común a tantos lugares de la geografía andaluza.



La segunda clave podría ser la mágica yuxtaposición, en el ámbito territorial tan reducido y quebrado en que está enclavada, de numerosos monumentos, edificaciones y tramas urbanas correspondientes a tan distintas épocas históricas.


En un breve lapso de tiempo y espacio podemos recorrer los restos de sus torres y murallas medievales; sus tres puentes romano, árabe y cristiano; jardines de origen árabe, renacentista o de inspiración modernista; varias decenas de palacios, conventos, iglesias y capillas donde se mezclan las influencias de los diferentes estilos del arte español, desde el mudéjar al historicismo de principios del siglo veinte, pasando por los estilos plateresco, barroco, neoclásico, etc.; Retroceder a tiempos moros recorriendo el laberinto de calles de su parte más antigua; o a su periodo de esplendor “costumbrista”, visitando su Plaza de Toros o el Museo del Bandolero; o bien a principios del siglo veinte, recreando la atmósfera de los viajeros románticos con la vetusta y elegante arquitectura inglesa del Hotel Reina Victoria y los paseos por su Alameda.



En definitiva, Ronda conserva un paisaje urbano que constituye una de las mejores síntesis plásticas de lo que ha sido la historia de Andalucía y España a través de los siglos.



“Ronda es uno de los ámbitos construidos más preciosos de España... Una de esas ciudades “Santuarios”, o sea, un lugar preservado de lo que se destruye, con su riqueza a salvo. Y esa riqueza es muy sedimental; ha crecido o se ha acumulado con muy buen orden, ganando siempre, componiendo una figura en la que pocas cosas desentonan”.


Tenemos que volver a Ronda en cuanto se brinde una ocasión. Es algo poético, asombroso, sin igual... además la naturaleza de aldededor de toda su serranía, merece otro paseo que pronto os publicaré para que os pongais las botas y la mochila planificando un paseo a la cueva de Las Piletas, un recorrido por el curso del río escuchando el rumor del agua... y muchos sitios más, de una Andalucía asombrosa y llena de historia, de la que Ronda como ciudad, si que tiene, mantiene y está rellena de arrumacos, alegría y "encantamiento".


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